Traducir las palabras talismánicas de Frank Stanford | Una conversación con Patricio Ferrari
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Por Sylvia Georgina Estrada
“Electrizante”, “mítico”, “un verdadero poeta”, así han descrito, a lo largo de los años, al estadounidense Frank Stanford. Frank fue un hombre peculiar, capaz de deslumbrar a los maestros de la Universidad de Arkansas para luego dejar los estudios universitarios en pos de la escritura y de la vida. Originario de Richton, Mississippi, donde fue dado en adopción, Stanford creció en los estados de Mississippi, Tennessee y Arkansas, de donde se nutre gran parte de su obra poética. Y es justo la experiencia y la jerga de los pueblos del sur de Estados Unidos las que dieron vida a los poemas de Habla terreña (Pre-textos, 2024), el primer libro de Stanford que se traduce a la lengua española—y a cualquier otra lengua—y que de inmediato atrapa a los lectores por su honestidad, visceralidad y talento. Prueba de ello es el poema que abre el libro:
JOVEN ARRIERO
encontré a la muerte y al amor
colgados como perros en mi huerto
no tenía ni escoba ni agua fría
solo un arado y un pony
ambos brillaban como un espejo
de doble o nada
así que les dije
fuera de mis siembras
lo que realmente quise decir fue qué quieren
encontré a la muerte y al amor en mi huerto
lecciones en el paraíso
No se puede separar la biografía del poema. Después de una discusión con su esposa, quien descubrió su relación con la poeta C. D. Wright, Frank Stanford se suicidó disparándose tres veces en el pecho, en Fayetteville, Arkansas. Tenía veintinueve años.
Detrás de la traducción de Habla terreña hay múltiples historias y desafíos. Así lo cuenta a Southwest Review uno de los traductores del libro, Patricio Ferrari, poeta políglota y editor que desde hace varios años se dedica a la traducción de autores como Fernando Pessoa (del francés y del inglés), Alejandra Pizarnik (del francés), António Osório (del portugués), Cristina Campo (del italiano), Martin Corless-Smith (del inglés), Juan Arabia (del castellano), entre otros.
Sylvia Georgina Estrada: Frank Stanford es un poeta prácticamente desconocido en castellano, de hecho, esta es la primera vez que se traduce un libro suyo al español. ¿Cómo fue que conociste su obra y qué impacto te produjo cuando la leíste por primera vez?
Patricio Ferrari: Ante todo, quiero agradecer a C. D. Wright y Forrest (Gander), quienes, de cierta manera, fueron las primeras personas en acercarme a esta poesía. En diciembre de 2015, estaba en su casa, en las afueras de Providence, Rhode Island. Esa noche, el departamento tenía una lectura en la universidad, seguida de una recepción en casa, y yo me quedaría solo por unas horas para recibir al servicio de catering. Antes de salir, C. D. me dijo “Tomate un vino y leé lo que quieras”.
Caminando por la gran sala, vi en una pila de libros un ejemplar de What About This: Collected Poems of Frank Stanford, que había salido unos meses antes. Era la primera vez aparecía todo lo que Stanford había publicado en vida, junto con fragmentos de su poema épico y numerosos escritos inéditos.
Al abrir el libro, sentí que estaba leyendo algo completamente diferente en inglés. Meses antes, después de uno de sus talleres—al que asistí como oyente durante mi posgrado en Brown—C. D. Wright me había dicho: “Patricio, tenés que hacer un poco de lugar en tu valija del siglo XIX, sacar algunos nombres y meter otros nuevos”. Entre esos nombres mencionó a Frank Stanford y otros contemporáneos suyos.
Pero fue esa noche cuando realmente sucedió. Abrí el libro al azar. No recuerdo exactamente qué poemas leí, aunque seguramente varios versos de The Battlefield Where the Moon Says I Love You. La edición organiza los pequeños libros que Frank publicó en vida, y ahí se revela una voz intensamente personal. Una voz que, desde entonces, no dejó de sorprenderme.
Sí, hay autobiografía en los poemas que escribe Frank Stanford, la hay en todos sus libros, pero es en el poema épico donde la hay más, porque es el libro en el que trabajó durante más años, ahí encontramos las palabras talismánicas que también aparecen en los otros libros. Si hay una palabra que retorna en sus versos, es “Luna”. Y si pienso en otros personajes, en otras palabras talismánicas, aparecen “vida” y “muerte”, sobre todo “muerte”. De hecho, el segundo libro de Stanford que me llega a las manos, y ahí quiero agradecer a Forrest, es Field Talk, publicado en 1975. Unos meses después de la muerte de C. D., a comienzos de 2016, estaba con Forrest en Providence y, después de una cena, subió a la oficina de C. D. en la Universidad de Brown. Al bajar, me dijo “Te quiero dar este libro”. Y me regaló la primera edición de Field Talk, que desde entonces me acompaña cada vez que me mudo de ciudad: un poco rajada, anotada, leída y releída, con manchas de mate y demás. Esa noche, al volver a casa, abrí el libro y leí el primer poema, “Joven arriero” (Plowboy). Y al leer esos versos supe que iba a traducir a este autor y este libro.
SGE: En el prólogo de la edición en español, James McWilliams señala que en la poesía de Stanford hay una amplia gama de acentos y tradiciones orales, también influencias aparentemente inconexas como el jazz y el blues, el surrealismo francés o el misticismo zen. ¿Cuáles consideras que son algunos de los rasgos distintivos de la poesía de Frank Stanford?
PF: ¿Qué me impacta de Frank Stanford? Lo mordaz, lo surreal y, al mismo tiempo, lo real y crudo. Y esa obsesión por los símiles, ese “like, like, like” que atraviesa su obra. Si pensamos en Walt Whitman, pensamos en la anáfora: la repetición inicial de una o varias palabras de verso a verso. En Stanford, el símil aparece en muchos momentos con esa función rítmica. Es uno de los rasgos formales más notorios en su poesía.
Quizás sea eso: lo crudo, las imágenes, la sensualidad. Llegué a Estados Unidos después de haber silenciado el inglés durante unos doce años. Me había ido a los veinticinco, rumbo a la India, y regresé a los treinta y siete. Entre tanto había vivido en hindi, en francés, leyendo mucha poesía en francés, y después con Fernando Pessoa, en Lisboa, en portugués. Poco a poco, Pessoa me fue devolviendo el inglés de mi segunda adolescencia, pero un inglés filtrado por sus lecturas del siglo XVII, XVIII, XIX. Y cuando di con Frank Stanford, me dije “Este poeta me está devolviendo un inglés de la calle, de los lugares de barro, de las ciénagas, de Mississippi, Tennessee, Arkansas, de una gente que no conocí, pero que, de haber vivido en Estados Unidos en otro momento, habría conocido”.
Con Frank llegamos a una realidad por la puerta trasera del surrealismo, con una voracidad, una intención y una capacidad de lectura dignas de los grandes nombres. Eso hace que su poesía—de vida, de calle, de jerga, de vernáculo—tenga también momentos de gran belleza e intertextualidad. Me ofrece lo mejor de los dos mundos: un poeta de poetas, un poeta lector, pero también un poeta que camina, que late. Pero no en las calles de la ciudad, sino junto a los ríos sin nombre, entre los matorrales y las tabernas marginales del sur estadounidense. Frank se juntaba con afroamericanos, tanto en estos lugares como durante su infancia, cuando iba a los diques con su padre adoptivo.
Frank se crio en una familia con suficientes recursos como para brindarle una educación. De hecho, sus últimos dos años de secundaria fueron clave, y ahí puedo trazar una conexión con Fernando Pessoa: la importancia de una buena educación secundaria para ciertas mentes ávidas y sensibles. Los monjes benedictinos con los que estudió en Subiaco, Arkansas, marcaron una diferencia. Gracias a ellos, el Frank que llegó a los dieciocho años a la Universidad de Arkansas era un estudiante completamente distinto de muchos de los que se inscribían en la licenciatura, y más tarde, en el programa de Escritura Creativa. Ahí, uno de los profesores lo invitó a asistir como oyente y terminó deslumbrándolos. Tenemos a alguien que convivió con personas marginales, que se nutrió de estas experiencias, pero a su vez de la gran literatura.
SGE: Ahora que lo mencionas, algo que destaca en la poesía de Frank Stanford es el habla de la calle, ese slang que se escucha en el sur y que mezcla con ritmos del jazz y del blues. Algunos críticos emparentan a Frank Stanford con James Joyce por esa capacidad de incorporar la jerga de las tabernas, de los pantanos, de los barrios populares, al poema. Me parece que es un reto para el traductor conservar en la versión en español esa música y ese ritmo, además del coloquialismo de las palabras.
PF: Lo que hice con Graciela Guglielmone, mi madre, con quien traduzco desde hace ocho años y con quien tuve la oportunidad de visitar Fayetteville y la calle Jackson, donde Frank se suicidó en junio del ’78, fue darle un carácter más oral a la traducción. Esto lo explicamos en las notas: colocamos “ya” o “más”, agregando ciertas palabra por su sonido para intentar captar esa velocidad o naturalidad en el verso. A veces son aspectos lexicales, que son muy propios del sur, y ahí tuve que recurrir al poeta Greg Brownderville, oriundo de Arkansas, y a James McWilliams, el biógrafo de Frank, quien escribió un bellísimo texto para el prólogo de la edición en español y cuya biografía sobre el poeta, felizmente saldrá, en principio, este año. De hecho, James también está trabajando en la tercera edición de The Battlefield Where the Moon Says I Love You—tal vez el libro más desafiante para futuros traductores de Stanford.
Cada aspecto que era problemático de la traducción lo incluimos en la selección de notas para dar transparencia a nuestras decisiones. Esta es una primera edición en español, y espero que haya muchas más, tanto en esta lenguas como en otras. De hecho, en 2024, Luca Dipietro realizó una selección y traducción al italiano publicada por el sello Internopoesia. Si las ediciones críticas no son “ediciones finales”, menos aún lo son, por distintos motivos, las traducciones.
En otros momentos de Field Talk, no hay necesariamente un vernáculo marcado, pero sí la voz del poeta. Por ejemplo, en el último verso del poema “Fuego dejado por viajeros” (Fire Left by Travelers), Frank escribe: “I had things to say”. En lugar de traducirlo como “Tenía cosas que decir”, optamos por “Yo sí tenía cosas que decir”, afirmando esa voz que no solo se construye y alimenta a lo largo de este poema, sino de todo el poemario. Una voz que carga con un impulso, con ese envión de la imagen final del esquiador: “Yo sí tenía cosas que decir”.
Frank, en general, escribe versos cortos, es muy fílmico. Se nutrió mucho de poetas, de poetas-guionistas también, y leyó con avidez a Cocteau y Pasolini. En cuanto a su jerga de la calle, antes que pensar en James Joyce, yo pensaría justamente en Pier Paolo Pasolini. Imagina a Pasolini caminando por las ciénegas de Mississippi después de un partido de fútbol. Porque, claro, no podemos comparar directamente a Pasolini con Frank Stanford, pero sí compoarten el amor por el ser humano, el respeto, y me viene la palabra devoción, por lo marginal, por la gente menos pudiente.
A Frank lo pienso inclinado sobre la tierra, en Arkansas, entre las ciénegas, junto a un caballo blanco o un torso nocturno. O en Nueva York, en las salas de cine, viendo películas de Pasolini, de Bertolucci. Seguramente también consumía cine alemán, ruso, japonés—a Kurosawa—y literatura de Oriente, no solo francesa o norteamericana.
SGE: A la poesía le cuesta adentrarse en los grandes mercados y tener multitudes de lectores. No es que esa sea su intención, la poesía es una de las formas primigenias del lenguaje, de la literatura. Y menciono esto para decir que Frank Stanford es un escritor poco conocido, al menos en lengua española, es un poeta circunscrito a una región particular de Estados Unidos. De hecho, él mismo decidió publicar en una pequeña editorial con poca distribución y nunca se movió en los grandes círculos literarios de Estados Unidos. ¿Para ti, qué significa llevar a Frank Stanford a los lectores en español?
PF: Yo quería escuchar ese sur estadounidense en español, ¿cómo serían esas imágenes?, ¿cómo se sentirían esas latitudes? Tenemos el sur de Faulkner, pero en novela. ¿A qué saben las ciénegas del sur en poesía? En una poesía cruda, salvaje. Creo que todos los traductores literarios, o casi todos, primero traducimos para nosotros. Es un trabajo personal, un lectura profunda, pero también un desplazamiento: el proceso de desplazar el inglés que uno tiene hacia otro inglés, que en este caso es el de Frank. También implica escuchar el español desplazado a través de sus imágenes y de sus influencias. Es como escuchar a (César) Vallejo, pero a través de un poema de Stanford. O como percibir ecos de (Nicanor) Parra o (Pablo) Neruda—que influyeron en Frank—a través de su poesía en inglés. De hecho, hubo un momento muy particular donde la palabra “virgin”. Podíamos haberla traducido como “virgen”, pero Forrest (con quien también consultamos durante el proceso de traducción) nos señaló que, en ese poema, tal vez había una influencia de (Federico García) Lorca. Así que optamos por “mozuela”, una palabra española que no pasará desapercibida en el lector latinoamericano. Todos los poetas que he traducido con Graciela—salvo el estadounidense Bob Holman—que es un poeta de spoken word, los trabajamos en en español lo más neutro posible. Pero en este caso nos pareció pertinente hacer uso de la palabra española, como aclaramos en la sección de notas.
Lo curioso no es solo escuchar las imágenes, el imaginario, las palabras talismánicas del mundo de este poeta, sino también sus influencias. Frank, por momentos, es explícito ellas. De hecho, dejó un manuscrito inédito titulado Improvisacionesdonde escribe poemas “a la manera de”, a la manera de Pasolini, a la manera de Bertolucci, a la manera de Prévert. Realmente encontramos las marcas… Sin embargo, en el caso de Frank, lo que pasa a través de él se convierte en otra cosa, tan natural que no es un problema poner el nombre de la fuente.
Quizás eso es lo que más me queda de Frank Stanford cuando vuelvo a leerlo: la naturalidad. Y esto no significa que no trabajara sus textos. Hay anécdotas de que Frank escribía horas y horas. Por eso tengo mucha curiosidad por ver sus manuscritos en la Beinecke Library de la Universidad de Yale, por observar los versos tachados, las correcciones. Trabajo y naturalidad están aunados en su poesía. Pienso que así era Frank en la vida. Por eso encontramos en él a un poeta cuya voz late. Cuando dice “barro”, es barro. Y cuando dice “luna”, es luna.
SGE: Encontrar a un poeta como Frank también significa hallar conexiones con otros lugares, tradiciones poéticas, escritores.
PF: La obra de Frank propició un encuentro con los poetas del sur, y aquí pienso en Greg (Brownderville). Mi amistad con Greg es, en cierto modo, una amistad a través de Frank Stanford. Hace casi diez años tuve un encuentro con John Burchman Erwin y Zachary Harrod, que estaban haciendo un documental sobre Frank y me invitaron a Fayetteville en 2019. Durante ese fin de semana, entre lugares stanfordianos y nombres literarios del sur, Zach me ofreció su copia de Gust, de Greg. Leí ese libro y, dos años después, cuando la pandemia me llevó a Dallas, volví a dar con el nombre de Greg. Pero esa es una historia para otra charla.
La poesía es también eso: amistad. Y agradezco lugares y voces de ultratumba. Pienso que en Estados Unidos se lee mucho a poetas de Nueva York, de San Francisco, de Los Ángeles… Y menos, mucho menos, a los del sur. Nos queda mucho trabajo por hacer. Pero esa deuda con la poesía sureña es, en sí misma, un llamado. Un sur que sigue latiendo.
Sylvia Georgina Estrada es escritora, periodista y editora. Ella es autora de los libros Músicas, La casa abierta: Conversaciones con 30 poetas, El libro del ldiós y Pinacoteca del Ateneo Fuente: 100 años. Vive en Saltillo, Mexico.
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